domingo, 5 de junio de 2011

Remontar el vuelo


REMONTAR EL VUELO

La paloma remontó el vuelo. Seguramente no pensaba el motivo, tan solo intentaba volar camuflando aquella estela, volaba lejos a pesar de que esa estela no se borraría, pero quedaría atrás y entonces tal vez podría volar por encima de las nubes descubriendo que esta estela sería más fuerte.

Andrea había entrado en la tienda por culpa del frío. Probablemente esta no fuese la mejor razón para meterse en la tienda, ya que en la calle la temperatura superaba los veinte grados. Pero Andrea, tenía frío, ese frío que se siente cuando la soledad te invade.

Acababa de llegar de un viaje, otro viaje, ya que desde que su madre se murió viajaban continuamente debido a los traslados de su padre. Las lágrimas de Andrea corrían frías y saladas. Sentía que su vida se estaba desmoronando poco a poco. Ya no tenía madre desde hacía siete meses y debido a esta situación, su padre ya nunca estaba como antes,

apenas hablaba y a menudo se encontraba inmerso en sus pensamientos. Tal vez los continuos traslados tuviesen algo que ver con el carácter apagado que había adoptado.

Andrea apenas había llorado en su momento, apenas lloró, al menos en público, se guardó sus lágrimas para ella misma, pensando que así todo sería mejor, y a veces sentía que tenía que haberlo hecho, tenía que haber llorado, tal vez la podrían haber ayudado, pero ya era demasiado tarde, demasiado tarde para ponerse ahora a llorar.

Se había vuelto más sensible, lo que la había llevado a pensar más las cosas y probablemente también este motivo la ayudaba a apreciar todo, todas y cada una de las cosas de su alrededor.

Andrea se encontraba en la tienda, si aquella extraña librería en la que se había metido sin querer para que el viento no se percatara de las lágrimas que mojaban sus mejillas.

Ya se había dirigido varias veces en el tiempo que llevaban allí a aquella librería, tal vez de alguna manera le recordaba a su madre, o tal vez simplemente había un ambiente en la librería que lo hacía acogedor.

En su entrada se leía un letrero antiguo, donde se podía leer la palabra “ Librería segunda oportunidad”, se llamaba así porque era una tienda a la que le llegaban los libros que se pasaban de temporada sin que nadie les comprara. No tenían demasiados clientes, pero de vez en cuando sonaba la campanita que tenían instalada encima de la puerta y los libros, poco a poco se iban.

Cuando entraba en la tienda, no tenía que dar explicaciones a nadie. Ella entraba, se paseaba por las estanterías cubiertas de polvo y de vez en cuando cogía algún libro y lo ojeaba detenidamente, esta era sin duda, cuando se sumergía en las historias fantásticas con finales felices, esta era la mejor parte del día.

Todavía no había empezado el curso y Andrea había recorrido el pueblo ya básicamente entero, había visitado el casco antiguo y se había dado una vuelta por las nuevas en innovadoras tiendas del centro comercial. Pero tal vez lo que no sabía Andrea era que al salir de aquel hogar lleno de libros, no sabía que entonces habría algo, algo que la haría remontar el vuelo y cambiar la expresión de su cara.

Salió, como siempre con cautela, intentando ganar al timbre en velocidad y como de costumbre lo consiguió y dando un pequeño saltito se dirigió a la gastada acera gris.

Caminaba entre la gente, veloz, ya que le ansiaba la idea de descubrir el pueblo más a fondo. Mirando un charco grande y cristalino del parque se encontraba Andrea cuando oyó una voz.

-Hola- decía aquella voz. Acto seguido Andrea levantó la cabeza ya que hacía mucho tiempo que nadie le dirigía una palabra tan sencilla pero tan alegre.

-Hola- contestó Andrea tímidamente con un hilito de voz.

-¿Vives por aquí?- preguntó de nuevo aquella voz alegre.

-Si, bueno no. Digo si, vivo en el casco antiguo desde hace algunas semanas-

-¡Qué bien! Pues puedes venir con nosotras alguna vez si quieres-.

Detrás de aquella chica aparecieron tres más, que miraban a Andrea con una sonrisa en la cara.

-Claro- dijeron a coro.

-Oye, por cierto, que maleducada soy ni siquiera te he dicho mi nombre me llamo Raquel y estas son Almudena, Cecilia y Elisa-.

-Yo soy Andrea, encantada, y ¿vosotras vivís aquí?-.

-Si- respondió Cecilia.

-Vivimos al otro lado del parque, en la urbanización de al lado del colegio público y de la biblioteca municipal.- explicó Elisa.

-Tu irás al colegio ¿no?- preguntó Almudena.

-Supongo que sí, la verdad es que no lo sé, todavía no me ha dicho nada mi padre.-dijo Andrea sin preveer lo que aquella respuesta daba a lugar a otra pregunta-

-Pues pregúntaselo a tu madre- fue lo que contestó Cecilia.

El silencio fue la respuesta de Andrea, y fue suficiente para explicar todo lo que antes tanto le había costado explicar, no hacía falta comprender demasiado tan solo escuchar con atención para saber que era mejor cambiar de tema.

-Bueno, pues tengo una idea- dijo Raquel.-¿Qué tal si mañana quedamos aquí y vamos hasta el parque?, y ya verás Andrea, seguro que nos veremos también en el colegio.

Se despidieron afectuosamente y Andrea volvió felizmente hacía su casa, tal vez ya era hora de seguir para delante, seguir divirtiéndose y de pasarlo bien.

Ese día había aprendido muchísimo y sabía que siempre habría personas que la harían sentir bien y personas a las que no hubiera que dar explicaciones para todo, ese día la enseñaron que un día a aquellos libros desusados y cubiertos de polvo se les abría una oportunidad, y ella tan solo tenía que salir, mirar el sol, y darse a si misma esa oportunidad. Porque lo que realmente ese día encontró Andrea fue el valor de la verdadera amistad, con lo que probablemente las barreras ya no serían tan fuertes y los problemas, seguirían siendo problemas, pero podría vivirlos de otra manera, y entonces Andrea sintió desde ese momento que no estaba sola.

1 comentario:

Alicia dijo...

diooos tiaa!
es perfecto no, lo siguientee!!!
es impresionanteee!!!
erees bueniisimaaa!!
IN CRE I BLE!
tequieroo

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