Y es que te echo tantísimo de menos que las zancadas duelen, y tu coleta que ya no se balancea, y tu risa que ya no suena.
Te gritaría que por favor, que por favor, que vuelvas. Pero la imagen de la sacudida me abofetea inerte y tus ojos tristes jamás fueron peores actores de una realidad que no se mueve.
Pero tú no dejas de hacerlo, tan inmóvil.
La fragilidad-la tuya- me asusta.
Nunca me gustaron las muñecas de porcelana, y tus añicos arrasaron con un plástico que nos atábamos a unos cordones que sujetaban velocidades de vértigo.
Jodido kilómetro siete.
Deja de agitarte hojita grisácea, que el frío no es tan opaco, ni el suelo se agrieta por el peso,
y tus huellas esperan, y tus pies descalzos, al final de una curva que no tuerza.
Ojalá mis brazos no estuvieran a la altura de la caída, ojalá dejase de sostenerte y te lanzase bien arriba.
¿Lo ves? Si es que siempre llega, por mucho que tarde. Por allí hay un ocho, y después de la cuesta hay podium.
Paro mi reloj cuando crucemos.
Te espero.
Respiración a respiración.
Fortaleza y pulsaciones.
¿Lo ves? Si es que siempre llega, por mucho que tarde. Por allí hay un ocho, y después de la cuesta hay podium.
Paro mi reloj cuando crucemos.
Te espero.
Respiración a respiración.
Fortaleza y pulsaciones.
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