martes, 15 de septiembre de 2015

Legañas

La comodidad de vivir con vendas en los ojos desaparece en el momento en el que tememos que estas nos lleguen al cuello.
Me permito cuestionar que tipo de "desarrollo" es este del que fardamos cuando, a día de hoy, y en este mismo momento, hay personas (que no meras cifras de gente espolvoreadas al final del informativo) perdiendo la vida por ir a buscarla.
"Setenta y un refugiados asfixiados en un camión frigorífico -cuatro de ellos niños, por si esto despierta nuestra sensibilidad anestesiada- en Austria" no es más que un titular a media página que se funde entre el resumen del partido de la última jornada.
Pero, de pronto, cunde el pánico: la UE avisa de que a las puertas de Europa hay 20 millones de refugiados.
Y esto comienza a ser un problema. No queremos que nos toquen nuestro comfort, no queremos que nos arranquen las vendas y tengamos que ver con nuestros propios ojos una realidad de la que antes escapábamos con apagar la televisión y hacer caso al político que nos decía que la inmigración nos quita dinero, puestos de trabajo, que vienen para robarnos. Porque de pronto, el drama es real. No hay nombres, solo números. Pero hay un muerto, dos muertos, tres mil muertos. Y los cadaveres se acumulan, y no queda maquillaje para tanta sangre.
Saltan todas las alarmas, y la necesidad de reeplantearse las supuestas reglas de como funciona el mundo vienen con ello.
Podemos seguir pensando que "las cosas son así", deshumanizarnos por completo y cruzar los dedos porque este drama desaparezca, que desaparezcan. Volver a la teoría de que llegar a nuestra felicidad requiere de la ignorancia, y apartar la vista del terror, no vaya a ser que de pronto nos duela.
A mi entonces me gustaría acudir al tópico literario del momento, y ese es "cambio". Necesitamos cambio, necesitamos cambio como necesitamos tirar muchos de los pilares putrefactos sobre los que se yergue tantísima injusticia. Reeplantearse el sentido de unas fronteras que suponen a tiro de dados la posibilidad de optar a una buena, digna y bonita vida, o que lo imposibilitan por completo. Sentarse, y por una vez, pararse a pensar en ello como si fuera una prioridad, como si de verdad importara, y quisiéramos buscar una solución convincente. Reivindicar, de verdad, el derecho a la vida. A la vida digna,a que unas vidas no valgan infinitamente más que otras.
¿Cuántos hombres, cuántas mujeres, cuantos niños y cuantas niñas tienen que morir para que nos demos cuenta de que las cosas no pueden ser así?

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