Lloramos cuando todo está oscuro, cuando arde, o cuando de nuevo meciéndose terminó por producir el incendio. Y terminamos quemados, hundidos, apagados.
No sabemos lo que queremos porque hasta volando tememos sobrepasarnos, quejándonos de la altura, arremetiendo contra las dudas.
Es fácil, sencillo a fin de cuentas. Cíclico y un tanto cínico, y cuando la obra concluye, el telón baja, el personaje muere, y la sala queda vacía. Ahora estás solo, y tras los aplausos no queda más que aquel penetrante afamado silencio.
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